En muchas relaciones, especialmente en aquellas donde el hombre asume el papel de proveedor, surge una dinámica silenciosa pero poderosa: él entra con ilusión, con el deseo heroico de proteger y sostener. Ser quien cuida y provee le da sentido, lo conecta con el amor. Pero con el paso de los años, esa responsabilidad se convierte en carga. Sin darse cuenta, el hombre empieza a sentir que su valor en la relación se reduce a lo que ofrece materialmente.

Aunque la mujer también trabaje, suele recaer sobre ella la carga mental del hogar : tareas, uniformes, emociones de los hijos, pequeñas decisiones del día a día. Él, que no vive ese ritmo, empieza a desconectarse . Ella, que se siente sola en el esfuerzo cotidiano, comienza a reclamar. Y el reclamo, aunque muchas veces nace del dolo

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