Cartas al director

En política, pocas palabras tienen tanto peso ético como condena. Condenar es asumir una posición inequívoca ante el mal, rechazarlo sin matices ni excusas. Sin embargo, más de una década después del final de ETA, ese gesto sigue siendo esquivo en ciertos ámbitos, proyectando sombras sobre la memoria y la convivencia en España, y, especialmente, en Euskadi y en Navarra.

El juicio reciente en la Audiencia Nacional lo ha recordado: Ainhoa Múgica, miembro de ETA, ha reconocido haber ordenado el asesinato del concejal de UPN José Javier Múgica en 2001. La frialdad con la que ha admitido este crimen por causas políticas obliga a preguntarse: ¿qué más hace falta para condenar sin paliativos la existencia de ETA?

La respuesta no está en la ignorancia, sino en una cultura pol

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