Cuando el Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés) expiró, el final no sonó a golpe de mazo ni a sirena: olía a café y cartón. En todo Estados Unidos, familias venezolanas empacaron cajas, cancelaron contratos de arrendamiento y se enfrentaron a una elección cruel: esconderse, irse o arriesgarse a la detención en el único hogar que conocen.
Sueños venezolanos en el exilio
Cuando llegó la fecha límite, no fue un reloj el que contó la historia: fue el olor a cinta adhesiva y cartón. En un pequeño apartamento de Miami, Carlos Rodríguez dobló su último paño de cocina y lo guardó en una caja. El aire olía a café, polvo y finales. El viernes por la mañana entregaría su perro a un vecino, pondría fin a una relación de dos años y abordaría un avión rumbo a España. “No por

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