En lo más hondo de Os Ancares existe un lugar que parece haberse olvidado del tiempo. La niebla lo acaricia al amanecer, las aves lo sobrevuelan en silencio y el rumor de un río acompaña cada paso como una música que viene de otra época. Para llegar hasta aquí hay que adentrarse por estrechas pistas de montaña, cruzar valles y dejar atrás la prisa . Nada anticipa al viajero que al final del camino encontrará una aldea de piedra, un puente medieval que se curva sobre las aguas, y una torre que aún vigila, firme, desde las alturas.

El entorno es sobrecogedor: prados en terrazas, bosques de castaños, colinas suaves y cielos cambiantes . Una postal que parece salida de otro tiempo, donde las estaciones aún se miden por las hojas, la niebla o la leña apilada entre las puertas. Aquí, todo h

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