Hay olores capaces de detener el tiempo. El aroma del chocolate caliente —espeso, brillante, casi hipnótico— bien podría ser uno de ellos: despierta recuerdos, consuela en los días de más fríos y convierte cualquier rincón en un diminuto refugio. Cuando se aproxima el inicio del invierno, cuando la luz comienza a ceder paso a las tinieblas y apetece un capricho, el cacao se vuelve protagonista de una propuesta que combina indulgencia y celebración .
Un evento que se desarrolla en una localidad muy próxima a la frontera con Galicia que, cada año, decide entregarse por completo a este placer universal. Su antigua fortaleza, una joya histórica de murallas y baluartes , “se baña” literalmente de chocolate durante más de una semana: aromas dulces en cada esquina, chocolateros trabajando en

LA RAZÓN Calicia

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