Una persona pidiendo una limosna en la calle. Imagen: Archivo.

Hay días que, más que fechas, son oportunidades. Días que no deberían medirse por lo que ya hemos hecho, sino por lo que aún podemos llegar a ser. La Jornada Mundial de los Pobres es uno de ellos. No es un recordatorio triste ni un gesto de buena voluntad que se disuelve al caer la tarde; debería ser una ocasión colectiva para repensarnos, para reorganizar lo que creemos que sabemos, para preguntarnos qué quiere decir hoy estar verdaderamente cerca de quienes viven situaciones de vulnerabilidad profunda. Es, por encima de todo, una invitación a abrir puertas.

No se trata de insistir en la crítica ni en la denuncia; eso ya lo escuchamos todos los días y, a veces, sin quererlo, nos endurece. Más necesario es asumir el horizonte

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