Hay un hilo invisible, pero inquebrantable, que une a la inmensa y diversa geografía latinoamericana . No es el idioma, aunque el español y el portugués marquen nuestra cartografía cultural. Tampoco es la historia, que se descompone en miles de matices y disputas. Ese hilo conductor es, quizá, la manifestación más íntima y poderosa de nuestra identidad: la fe popular . Una fe que no reside en los libros de teología, ni en los dogmas abstractos, sino que habita en las calles, en la marea humana que se desborda, en el sudor de los cargadores y en el clamor de las multitudes. Una fe que se hace carne en el ritual colectivo de las procesiones , un fenómeno que se repite, con sus peculiaridades y dramas, desde los Andes hasta el Caribe, desde la selva amazónica hasta el desierto andino.

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