Por Juan Pablo Iozzia
Con las manos curtidas por el trabajo y la sonrisa siempre lista, representa a una generación que aprendió a hacer mucho con poco, a levantarse temprano y a no rendirse nunca. Su historia es también la del pueblo: madrugones, familia y una calma que solo se encuentra donde el horizonte es campo abierto.
“Me considero una mujer auténtica, valiente y decidida a enfrentar cualquier desafío que me proponga”, dice Marta, con ese tono firme y sereno que tienen las mujeres del campo. En su chacra, los días arrancan antes que el sol. “Me levanto a las seis o siete, tomo unos mates y arranco con el trabajo. Largamos las ovejas, atendemos la quinta, y cuando es temporada de alfalfa, el día se pasa arriba del tractor. Empiezo a las seis de la mañana y no paro hasta el mediodía

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