Lux sí que es un disco en extremo importante para el pop contemporáneo, pero no por las razones que en estos días alimentan su incesante sobreanálisis. No son los trece idiomas en el canto ni la Orquesta Sinfónica de Londres. No es la ópera ni es Björk. No es dar con el destinatario de La perla (“ladrón de paz… / redflag andante… / terrorista emocional…”), ni colgarle a su portada la ridícula responsabilidad de poner de moda a las monjas.

A un trabajo de tan minucioso urdido, de tan evidente ambición, parece prematuro, incluso a una semana de su salida, intentar definirlo a cabalidad. “¿Si acaso le pido mucho a mi audiencia? Pues sí”, reconoció Rosalía en una de las entrevistas ofrecidas en estos días sobre un álbum de quiebres descolocantes y poesía con asumida vocación de trascendencia

See Full Page