Ricardo Salinas Pliego dejó hace tiempo de ser sólo un empresario polémico: hoy es el símbolo de un neoliberalismo depredador que durante décadas vivió de privilegios, evasiones y propaganda. Su narrativa pretende reducir todo a una disputa personal con el gobierno, pero lo que enfrenta no es persecución política: es la obligación básica de cualquier ciudadano ante la ley. Debe al fisco decenas de miles de millones de pesos, adeudos arrastrados por años de litigios, triquiñuelas y la creencia de que su tamaño económico lo hacía intocable.

Su imperio se levantó sobre un modelo de usura moderna disfrazado de inclusión financiera. Los famosos “abonos chiquitos” fueron la fórmula para convertir la pobreza en negocio permanente: intereses desproporcionados, contratos enredados, créditos impaga

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