La ofensiva militar desplegada por Estados Unidos en el Caribe contradice el

discurso del movimiento MAGA, que proclama su rechazo a las “guerras

interminables” y al intervencionismo clásico. Pero ese discurso no ha bastado

para contener el resurgimiento del viejo reflejo imperial que marca a la política

exterior estadounidense más allá de sus variaciones partidistas.

En el caso de Donald Trump, la pulsión intervencionista responde a una mezcla

de supremacismo, revancha personal tras el fracaso de su primera estrategia

hacia Venezuela y cálculo energético. Durante la campaña en Carolina del Sur,

el entonces candidato lo expresó abiertamente: “Venezuela podría haber caído

en nuestras manos con todo su petróleo durante mi primer mandato”. Esa

frase, lo resume todo. Para Trump, el p

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