La Constitución establece que el fundamento de la soberanía es la voluntad intransferible del pueblo, la que se manifiesta o ejerce a través del sufragio. Por tanto los poderes tienen que emanar de la voluntad popular.
¿Qué pasa cuándo ocurre lo contrario? Es decir, cuándo la voluntad del pueblo queda pintada en la pared, por causa de fraudes colosales que se utilizan para justificar el despotismo.
Pasa, entre otros aspectos, que la soberanía se vuelve polvo y ceniza. En verdad, la hegemonía la vuelve polvo y ceniza.
A ello hay que agregar el desprecio notorio por las libertades y derechos generales. Lo que también erosiona la soberanía. Y lo más grotesco es que los destructores de la soberanía salen a defender su afán de continuismo en nombre de la soberanía.
La soberanía no es un pre

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