Durante años, el corredor De la Juventud, saturado por la sobre demanda, ha sido presumido como símbolo de progreso: plazas de lujo, torres altas, hoteles de marca, restaurantes donde una cena cuesta lo que antes un mes de renta, bares de luz tenue y música exportada de la Ciudad de México o de algún antro de moda en Monterrey.

Esto es, hasta ahora, el periférico convertido en vitrina de una ciudad que crece de forma sostenida y deja atrás su estilo provinciano y tranquilo que apagaba las luces y el ruido con la caída del sol.

Pero basta asomarse a la madrugada para descubrir que debajo del brillo hay un latido oscuro, uno que no es nuevo, pero que hoy se escucha más fuerte. Es el latido de la violencia a la vuelta de la esquina, incluso en los lugares donde el dinero compra tranquilidad

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