Si queremos que la educación responda a los intereses e inquietudes de los jóvenes, debemos acercarnos a ellos con una mirada comprensiva, no prejuiciada ni enjuiciadora, para conocer cómo piensan los jóvenes en los actuales contextos, de modo que la labor educativa pueda responder a sus preocupaciones y afianzar sus valores.

¿Qué sentido puede tener una educación que no está dispuesta a escuchar y dialogar profundamente con los jóvenes? ¿Es acaso posible educar desde el acaparamiento de la palabra, el poder y la verdad? Los jóvenes quieren ser reconocidos en su individualidad: ¿qué sentido tiene una educación que no acompaña procesos de individualización, ni ayuda al proceso de integración personal en la fragmentación de la persona que provoca la actual cultura?

En un mundo de incertidu

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