En el vibrante tapiz artístico de Venezuela, emerge la figura de , un pintor que ha labrado su trayectoria no solo con pigmentos y pinceles, sino con la nobleza de su espíritu y una inquebrantable vocación humanista.
Nacido en el seno de una familia de artistas zulianos —hijo de Emilio Rodríguez y Emma Josefina Mavares—, su destino creativo se anunció precozmente. A la temprana edad de seis años, Endri ya exploraba el lienzo, cautivado por la influencia y el ejemplo de sus tíos, Emilio y Elizabeth, pilares de la plástica en el Zulia. Desde aquel despertar infantil, el arte se consolidó como el motor de su existencia, una llama que nunca se ha extinguido.
La migración y el encuentro con la maestría
La vida lo llevó a Puerto Cabello, un enclave costero que se convertiría en un nuevo epice

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