En el documental “50 segundos” , que relata el crimen de Fernando Báez Sosa con una crudeza capaz de estremecer hasta al corazón más duro, una historia inédita emerge en medio de las escenas más recordadas.

Se trata de un relato pequeño y profundo, casi al margen, cuyo protagonista resulta inesperado: un perro callejero que, sin proponérselo, se convirtió en símbolo y promesa durante aquellas últimas vacaciones compartidas por el grupo de amigos del Colegio Marianista.

El nombre que los chicos eligieron para la mascota –un apodo nacido de la ternura y el azar, confeccionado entre abrazos y fugaces tardes veraniegas– hoy encierra un significado impensado, un eco que resuena en todos los que, alguna vez, acariciaron la esperanza de no tener que despedirse nunca.

Durante el docum

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