El consumo de alimentos ultraprocesados se ha disparado en los hogares, así lo certifican las revisiones publicadas este miércoles por la revista científica The Lancet. Estos productos han pasado de ser considerados caprichos excepcionales a representar el 32% de nuestra ingesta calórica diaria, triplicando su consumo en tres décadas. Además, teniendo en cuenta que el estudio recoge datos hasta 2010, es muy posible que el consumo actual sea incluso mayor.

“El escenario es preocupante porque significa que una parte importante de nuestra alimentación no proviene ya de comida real”, afirma la doctora Teresa Armenta Joya, encargada de la unidad de endocrinología y nutrición del grupo Pedro Jaén. “Cuando la base del día a día son refrescos, bollería, salsas industriales o platos listos para calentar, la calidad global de la dieta empeora: más calorías, menos fibra, menos micronutrientes y menos proteínas”, enumera.

Ante esta situación de alerta, empecemos desde cero de la mano de la experta: ¿qué son exactamente los alimentos que se denominan ultraprocesados? “Los ultraprocesados son productos creados en la industria a partir de ingredientes muy refinados, como azúcares, harinas o aceites, junto con aditivos, aromas o colorantes. Suelen ser alimentos ‘listos para abrir y comer’, por ejemplo galletas, refrescos, bollería, salchichas, etc.”, explica Armenta. “La clave es que los ultraprocesados no se parecen al alimento original y están diseñados para que cueste parar de comerlos”, señala la endocrina sobre cómo diferenciar estos alimentos de los mínimamente procesados. 

Que los estudios sitúen a España a la cabeza de países donde más se ha extendido el consumo de ultraprocesados tiene una repercusión directa en la salud nacional. “Suelen ser alimentos muy calóricos, poco densos a nivel nutricional, pobres en fibra y proteínas y cargados de ingredientes que alteran la regulación del apetito. Generan picos de glucosa, potencian la inflamación y favorecen la acumulación de grasa, especialmente abdominal”, apunta la doctora. “Esto se traduce en más obesidad, peor salud metabólica y peor calidad de vida en general”, añade.

“En consulta vemos a diario personas con falta de energía y de capacidad de concentración, digestiones pesadas, hambre entre horas, picoteo o dificultad para perder peso. Cuando revisamos su dieta, suele haber un consumo abusivo de este tipo de alimentos poco recomendados muchas veces enmascarados por términos como ‘fit’ o ‘proteico ”, reconoce sobre la importancia de un buen etiquetado que no lleve a engaño.

Entre los grupos poblacionales que deben tener especial cuidado con el consumo de este tipo de alimentos, Armenta Joya destaca a los niños y adolescentes, ya que “su paladar y sus hábitos se están formando y si se acostumbran al sabor intenso de estos productos, luego les costará disfrutar de alimentos frescos”. Pero también pone el foco sobre “las mujeres en perimenopausia y menopausia por los cambios hormonales que sufren”, las personas con obesidad, diabetes o hipertensión, “más sensibles a los efectos metabólicos de los ultraprocesados”, y las personas que comen por ansiedad, ya que “estos productos activan mucho el circuito de recompensa y pueden disparar atracones o ingestas impulsivas”.

“Hemos de basar nuestra alimentación en alimentos naturales como frutas, legumbres o proteínas magras y priorizar procesados saludables que han pasado por técnicas simples de conservación como lácteos de calidad, conservas en aceite de oliva virgen extra o un pan integral de masa madre”, aconseja la doctora Armenta. “Lo importante no es obsesionarse, prohibirlos o eliminar cualquier tipo de consumo de estos productos, sino volver a dar protagonismo a lo básico. Cuando esa base está presente, la salud mejora de manera clara, sin necesidad de seguir una dieta rígida o perfecta”, concluye.