" Españoles … ¡Franco ha muerto!” Con ojos humedecidos y una congelada emoción, Carlos Arias Navarro, entonces presidente del gobierno español, lucía devastado. En el comienzo de su anuncio, utilizaría apenas cinco segundos para confirmar la noticia que España y el mundo aguardaban desde hacía una larga agonía. Ocurrió hace cincuenta años, el 20 de noviembre de 1975: a las 10 de la mañana, hora española, el funcionario más próximo al Generalísimo, como le decían al dictador que había regido los destinos de su país y de las vidas de sus habitantes durante cuarenta años, continuaría con su arenga fúnebre en aquella jornada de duelo para unos, de contenido júbilo para otros, en todo caso de cierta extendida congoja porque luego de esas cuatro décadas de intercambio de diatribas, odios que

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