A propósito de la publicación de mi ultimo libro, Yo, presidente, un experimento narrativo con dos escritores más encerrados bajo el seudónimo de Tristán Paniagua, reproduzco el rito itinerario de recorrer las librerías del viejo y del nuevo Madrid. En esa liturgia de autor presumido, como un arqueólogo entre las ruinas de una capital que ya no es mi capital, me lanzo al hallazgo del libro y me reencuentro con el viejo aroma de las librerías que no quieren dejar de ser.
Las librerías, a diferencia de las bibliotecas, tienen una textura de sexo agrio, de objeto expuesto que libra la guerra sórdida de las editoriales. Poco queda de las librerías artesanales, donde los libros sobreviven a los años como ruinas, reducidas a un destino caduco. Son esas librerías de barrio, caóticas, como traper

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