En 1995, Bruce Springsteen llevaba ya dos décadas largas siendo El Jefe, aunque él mismo seguramente lo negaría con una media sonrisa. Venía de una etapa extraña, casi de transición. Había ganado premios, vendido millones y tocado en estadios gigantescos, sí, pero hacía tiempo que buscaba otra cosa. Después de la gira mastodóntica de Born in the U.S.A., se había separado de la E Street Band, había publicado Human touch y Lucky town el mismo día en 1992 —un movimiento discutible, como él mismo reconocería— y, entre medias, la música había cambiado más que el peinado de un guitarrista de hair metal. Nirvana había irrumpido, el rock americano vivía un momento introspectivo y Springsteen parecía preguntarse cuál era su sitio en aquel nuevo paisaje.

La respuesta llegó el 21 de noviemb

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