La COP30 en Belém debía ser el momento en que la política estuviera, por fin, a la altura de la ciencia. Ocurrió lo contrario. En plena Amazonía brasileña, rodeada por un ecosistema que ya roza su punto de inflexión, la cumbre dejó la impresión de un proceso multilateral que solo funciona para ganar tiempo en comunicados, no para enfrentar una crisis que acelera sin frenos. Si existía un lugar para reaccionar, era este. La reacción no llegó.

El dato central ya no admite matices: la meta de limitar el calentamiento a 1.5°C dejó de ser un objetivo aspiracional para convertirse en una línea de seguridad que el planeta está a punto de cruzar de forma permanente. El mundo se calienta cerca de 1.4°C respecto a la era preindustrial, y 2024 fue el primer año completo en superar temporalmente el p

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