Como todo el mundo sabe, la democracia necesita un líder que haga de oficialismo y otro que haga de oposición. Siempre. No importa si son dos grandes estadistas o dos inútiles, como suele pasarnos a los argentinos. Lo importante es que al menos haya dos, uno de cada lado.
Lo ideal sería que ambos, el oficialista y el opositor, se alternasen en el gobierno civilizadamente. Aún cuando discutan acaloradamente o intercambien algún que otro insulto es esperable que en algún momento se den la mano y se traspasen el mando como gente seria, democrática y educada. En otras palabras, hacer honor a la inolvidable frase de Balbín cuando, parado ante al féretro del General Perón, exclamó: “Este viejo adversario despide a un amigo”.
Por suerte, todo eso acá ya no se usa más. Ahora es mucho más divert

Clarín

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