Si piensas en comida americana, probablemente tu cabeza viaje directo hacia una hamburguesa enorme, unas costillas lacadas en salsa barbacoa o un sándwich de pulled pork de esos que manchan las manos y te arreglan el día. Pero falta algo. Algo frío, crujiente, ácido y ligeramente dulce que equilibra toda esa fiesta grasa: el coleslaw . La ensalada de col por excelencia.
Y sí, aunque hoy la relacionemos con Estados Unidos, su historia es más europea de lo que parece. Pero vayamos a lo importante: qué lleva realmente un coleslaw clásico y por qué funciona tan bien como guarnición .
Un plato europeo que América adoptó (y perfeccionó)
El origen de la ensalada de col es difuso: los holandeses y los ingleses se disputan la receta primigenia. De hecho, la palabra coleslaw viene del neerlandés koolsla ( ensalada de col ). Pero fueron los estadounidenses quienes la convirtieron en un imprescindible de barbacoas, asadores, diners y todo lugar donde haya carne que necesite un contrapunto fresco.
Porque ese es su secreto: suaviza, refresca y equilibra platos muy pesados. Y lo hace con una fórmula tan sencilla que cuesta creer que funcione tan bien. Perp olvídate de complicaciones: un coleslaw auténtico tiene tres elementos que no se negocian.
- Col blanca muy fina: Es la columna vertebral del plato. La textura tiene que ser crujiente, no basta con cortar en trozos grandes: debe quedar casi rallada . Por eso la col morada, aunque bonita, no es tan habitual aquí: aporta más amargor y cambia el perfil del plato.
- Zanahoria fresca rallada: Nada de zanahoria comprada ya rallada, que llega húmeda y sin vida. Rallarla en el momento hace que aporte dulzor natural, color y ese punto de textura que la col sola no tiene.
- Un toque afrutado (y no, no es obligatorio): La versión clásica estadounidense no siempre lleva fruta, pero muchas regiones añaden manzana para aportar frescor y un contraste dulce muy agradecido. Y funciona. Mucho.
La salsa: el verdadero ADN del coleslaw
Aquí viene la parte que convierte una simple ensalada en “guarnición estrella”.
Un coleslaw tradicional suele mezclar:
- Mayonesa (la base cremosa imprescindible)
- Crema agria o crème fraîche (acidez + suavidad)
- Mostaza Dijon (el toque punzante que levanta el conjunto)
- Vinagre de manzana (acidez brillante y nada agresiva)
- Sal y un chorrito de limón , si quieres más chispa
La proporción tiene que ser equilibrada: que haya cremosidad, pero sin que la salsa empape y mate el crujido de la col.
Cómo se prepara un coleslaw auténtico (sin historias raras)
- Limpia la col y quita las hojas exteriores.
- Córtala en tiras muy finas , casi como si fueses a hacer una juliana.
- Ralla la zanahoria justo antes de mezclar.
- Corta la manzana en bastoncitos muy finos para que se integre bien.
- Prepara la salsa mezclando mayonesa, crème fraîche, mostaza y vinagre.
- Mezcla todo , pero sin machacar la col.
- Deja reposar en la nevera 2–3 horas.
- Este paso es sagrado: el coleslaw bueno necesita frío y tiempo para que los sabores se asienten.
Porque hace exactamente lo que una buena guarnición debe hacer: equilibrar . La carne aporta grasa, contundencia y calor; el coleslaw aporta frío, acidez y frescura. Lo corta, lo limpia y lo realza a la vez. Por eso ninguna barbacoa estadounidense tiene sentido sin él. Y por eso, cuando lo pruebas con un entrecot, una hamburguesa o unas costillas, entiendes por qué lleva décadas siendo un clásico.
De todas formas un buen coleslaw no busca deslumbrar. Busca acompañar. Ser ese contrapunto perfecto que, sin hacer ruido, convierte un plato normal en un plato redondo. Y sí, es tan fácil que cuesta no cogerle cariño.

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