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Hoy, nuestro cerebro ya no es un espacio sereno y ordenado, sino un campo de batalla constante en el que cientos de actores compiten ferozmente por conquistar nuestra atención.
El economista y premio Nobel Herbert Simon ya advirtió en los años 70 de una paradoja que hoy es central: “Un exceso de información crea una pobreza de atención”.
Esta afirmación, ahora, resuena con más fuerza que nunca y se ha transformado en una idea compartida por psicólogos, neurocientíficos y comunicadores: la atención es el bien más escaso del siglo XXI.
Uno de los autores que ha explorado esta idea es Johann Hari, que en su libro El valor de la atención nos sitúa ante una verdad incómoda: “Vivimos en la era de la distracción sistemática”.
Una distracción industrializada
Cada día, nuestras mentes son arrastradas, fragmentadas y desgarradas por un entorno digital que no solo tolera la distracción, sino que la ha industrializado. Este entorno ha sido diseñado, literalmente, para robarnos la atención y venderla al mejor postor.
Los datos que aporta Hari son alarmantes: los adolescentes solo mantienen la concentración durante 65 segundos seguidos. Los adultos, en tareas digitales, apenas llegan a los tres minutos.
En ese lapso de tiempo, una idea compleja no puede nacer, y mucho menos crecer.
Para Hari, no hemos perdido la concentración por desinterés, sino porque un modelo económico y tecnológico vive de nuestra dispersión. Y a más dispersión, más facilidad para ser segmentados, predecibles y manipulables.
Las redes sociales nos prometen conexión, pero realmente nos desconectan de la realidad, la fragmentan y la vacían de contenido.
Esta pérdida de atención conlleva que la lectura profunda se desvanezca, la memoria se debilite y la capacidad de reflexión caiga en picado.
Todo esto es letal para la política, que necesita precisamente lo contrario: espacios para construir un relato, capacidad de matizar y un mínimo de atención compartida para mirar colectivamente hacia el futuro.
Los algoritmos no buscan el pensamiento profundo, sino la respuesta emocional más rápida posible y, en este contexto, la comunicación política se ve arrastrada por una lógica que no le pertenece.
Para la comunicación política entender este robo de la atención es fundamental, porque no podremos construir relato ni discurso si antes no se crea silencio.
La comunicación política creativa
Hoy, un discurso lleno solo con buenos argumentos no es suficiente para conectar con la ciudadanía y puede ser ignorado por un meme de gatitos.
En cambio, un discurso creativo bien diseñado puede romper la inercia del scroll, puede generar una pausa donde hay prisa, puede invitar a pensar donde todo empuja a reaccionar.
Se trata de construir relatos que creen contexto y curiosidad. No de escribir más mensajes, sino de hacer uno memorable. En este escenario, la creatividad puede ser nuestra mejor aliada.
La comunicación política creativa propone aplicar las técnicas de la redacción publicitaria, la narrativa, el guion y el humor en la creación de discursos institucionales o políticos para convertir los mensajes clave en relatos atractivos capaces de conectar con la ciudadanía y seducirla.
Si aplicamos el proceso creativo a la conceptualización y redacción de discursos obtendremos textos más cercanos, diferentes y memorables.
Cómo ganarnos la atención cuidadana
John Cleese, miembro fundador de la compañía de comedia Monty Phython, en su libro Creativity: A Short and Cheerful Guide afirma que “la creatividad es la capacidad de encontrar una mejor manera de hacer cualquier cosa”.
En un mundo de scroll infinito e interrupciones constantes, la creatividad no es solo un recuso estético o narrativo, sino una herramienta estratégica para ganarse la confianza y la atención de la ciudadanía.
Un discurso creativo sabe crear pausa, seducir, provoca emociones genuinas, utiliza metáforas poderosas que quedan en la memoria, ritmos que invitan a escuchar con calma, silencios cargados de sentido, estructuras narrativas que generan expectativa, giros que rompen patrones.
El discurso creativo permite convertir los datos fríos y crudos en relatos que conecten con valores compartidos por la ciudadanía basados en los beneficios concretos de estos.
Cuando un discurso es creativo, se produce lo que el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi llama “estado de flujo”: el público queda cautivado, se olvida del tiempo, conecta emocionalmente y quiere seguir escuchando.
Por tanto, en un mundo donde la fragmentación es la norma, la creatividad abre la puerta a la inmersión, la narrativa sostenida y la conexión profunda.
En otras palabras, abona el terreno donde arraigan las ideas que transforman y crea espacios donde la reflexión y la conexión emocional pueden florecer.
Recuperar la concentración a través de la creatividad es la oportunidad de transformar el ruido en conversación, la distracción en participación y la pasividad en acción colectiva.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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Jordi Caballé May no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.


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