Celia Ortiz de Montoya fue docente y adelantada a su tiempo: proponía algo que en su época rozaba la audacia. Quería generar en la escuela “ una atmósfera lo más alegre y desintelectualizada posible ”, deseaba que la rodeara un clima donde la libertad dejara de ser excepción para convertirse en hábito. Era un planteo que alteraba al sistema educativo argentino, tan riguroso.

Fue docente cuando las aulas estaban gobernadas por la disciplina, los escalafones y una autoridad del maestro que no admitía grietas, pero que no se basaba en un respeto sino en el miedo que la autoridad casi suprema imponía. Enseñar era un mandato cerrado; aprender, un ejercicio de obediencia silenciosa... La palabra “creatividad”, casi ni se oía; pero si aparecía, lo hacía como un arrebato que merecía castig

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