Los humanos prehistóricos afrontaban una vida marcada por la supervivencia y la fuerza física. La imagen tradicional que asignaba a los hombres la caza de grandes animales y a las mujeres las tareas domésticas ha dominado la interpretación popular durante décadas. Sin embargo, la evidencia arqueológica y etnográfica muestra que ambos sexos compartían habilidades esenciales p ara sobrevivir en un entorno hostil.
Los animales que representaban un riesgo, como mamuts, rinocerontes lanudos o felinos de gran tamaño, exigían velocidad, agilidad y resistencia. Aquella s cualidades no eran exclusivas de los hombres , sino condiciones comunes en toda la población capaz de moverse, trepar o sumergirse en busca de alimento, lo que impulsó una organización menos rígida de lo que se pensaba.
Las antiguas comunidades compartían esfuerzo y destrezas físicas
El estudio evolutivo publicado en 2025 bajo la dirección de George Brill amplió esta visión al analizar los costes y beneficios del movimiento en las sociedades cazadoras-recolectoras. El equipo planteó que cada carrera, zambullida o ascenso implicaba una evaluación entre la energía gastada y la recompensa obtenida.
Los investigadores observaron que el desplazamiento terrestre, aunque era costoso en términos energéticos, podía proporcionar grandes beneficios calóricos gracias a la caza prolongada. En cambio, la escalada breve para obtener miel o fruta requería poco esfuerzo, pero implicaba un alto riesgo de caída mortal. Esa lógica evolutiva también afectaba al éxito social: la destreza en carreras o inmersiones podía determinar la elección de pareja o el acceso al liderazgo dentro de cada grupo.
La observación directa de comunidades actuales permitió comprobar que esas conductas persisten en distintos entornos. En el Pacífico, las mujeres bajau pasan horas bajo el agua recolectando peces igual que los hombres. En África central, entre los mbuti, ambos sexos suben a árboles de más de 20 metros para buscar miel. En los territorios árticos, las mujeres inuit participan en desplazamientos de larga distancia durante las expediciones de caza. En Tierra del Fuego, las mujeres yámanas eran expertas nadadoras y buceadoras, hasta el punto de auxiliar a hombres que sufrían hipotermia durante la pesca. Estos casos documentan una participación física compartida que se ajusta más a la cooperación que a la división sexual de tareas.
El estudio de Cambridge evidenció un patrón global de movilidad
El trabajo dirigido por Brill desde la Universidad de Cambridge se centró en esa idea. El equipo examinó más de 900 registros etnográficos de comunidades cazadoras-recolectoras y encontró un patrón de actividad física distribuida entre ambos géneros. Los datos mostraron qu e tanto hombres como mujeres practicaban caminar largas distancias, correr, trepar, nadar y bucear , con un nivel de destreza semejante. Solo en ciertos casos, como el ascenso a los árboles más altos o las inmersiones más profundas, aparecían diferencias a favor de los hombres por razones culturales o de riesgo extremo . Los autores resumieron su conclusión en una frase: “Los altos niveles de versatilidad locomotora son comunes y generalmente igualitarios”.
El informe posterior, publicado en Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences , amplió los resultados iniciales. Confirmó que la movilidad variada, tanto en tierra, agua o árboles, es una característica universal entre los cazadores-recolectores, independientemente de la temperatura o el ecosistema. Además, las actividades físicas tenían un valor que superaba la mera obtención de alimentos .
Correr, trepar y nadar formaban parte de ritos, juegos o prácticas de combate, lo que sugiere una dimensión cultural amplia e n torno al movimiento. Según los autores, el comportamiento locomotor del ser humano se basa en una morfología bípeda estable desde hace dos millones de años, pero con una gran capacidad para adoptar posturas y desplazamientos distintos según las necesidades.
Las conclusiones sobre igualdad en la actividad física abren un debate sobre la interpretación histórica del papel de las mujeres en la prehistoria. El análisis comparativo muestra que la capacidad atlética no dependía del sexo, sino del contexto ambiental y de la función económica de cada acción. En las sociedades que estudiaron Brill y su equipo, la movilidad servía tanto para alimentarse como para reforzar la cohesión del grupo. La investigación plantea que el movimiento fue la base de la supervivencia y que las mujeres participaron en él con la misma intensidad que los hombres .

ElDiario.es
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