En el corazón de San Benito, un barrio que vive entre el olor a cuero recién curado y la actividad frenética de sus curtiembres, circula un producto que pocos reconocen a simple vista, pero que muchos consumen sin saberlo. Allí, entre bodegas improvisadas y calles húmedas, aparece la llamada mota , un residuo cárnico que ha puesto en alerta a autoridades, consumidores y a quienes dependen del rebusque gastronómico en la capital.

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La escena es más cotidiana de lo que uno imagina: un vendedor ambulante muestra, casi con resignación, el origen de la carne que muchos usan para preparar chorizos, pinchos o las empanadas que se venden a cualquier hora en la ciudad. “Cuando raspan todo ese cuero, sacan la carnecita que me sirve a mí pa

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