El nombre de Erick Omar debería dolernos a todos. Tenía 21 años, salió a caminar con su perro en Venustiano Carranza y no volvió. Policías lo detuvieron, lo golpearon y lo mataron. Su historia no es una excepción: es el recordatorio brutal de lo que muchas y muchos jóvenes enfrentan en un país que los mira con sospecha antes que con derechos.

Ser joven en México se volvió una experiencia marcada por la incertidumbre. No importa si estudian o trabajan: ningún futuro bueno se percibe. Su primer empleo difícilmente alcanza para pagar una renta en la ciudad. Independizarse es una fantasía y conseguir estabilidad laboral, un privilegio. En la Ciudad de México, la vida es tan cara que miles siguen viviendo con sus familias no por elección, sino por supervivencia. La meritocracia perdió sentido

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