En Huánuco hay fechas que no pasan: se quedan. Se quedan como el olor del café recién tostado, como el eco de un huayno que atraviesa generaciones, como la memoria viva de un pueblo que, aun en silencio, canta.

Por eso, cuando el reloj marcó las cinco en punto de la tarde en el auditorio Roel Tarazona Padilla de la Universidad Nacional de Música Daniel Alomía Robles, no solo comenzó un concierto: comenzó un acto de amor.

Era la XXV edición de la Canción Huanuqueña, bodas de plata de una tradición que ya late como un corazón heredado.

El público, huanuqueñista desde la piel hasta el alma, ocupó cada butaca desde el primer minuto. Afuera, en las mesas, el tamal huanuqueño y el café de nuestra tierra alcanzaban para todos, como si la generosidad fuese un requisito para ingresar. Nadie imag

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