Este artículo fue originalmente publicado en Newstad. Las imágenes recientes del Congreso —gritos, insultos, manotazos al aire y escenas de una ordinaria decadencia — invitan a una pregunta que duele formular: ¿cómo pasamos de Sarmiento, Mitre, Alsina, Cané o Mansilla debatiendo la nación, a legisladores que parecen no poder sostener una sola idea sin convertirla en espectáculo? Para entender ese contraste hay que mirar hacia atrás, a la época en que la Argentina estaba en construcción y el Congreso era, literalmente, una casa pobre con representantes ricos en ideas.

Legisladores de una patria sin recursos

Después de Caseros, Justo José de Urquiza encaró el viejo anhelo de sancionar una Constitución nacional. Tras guerras internas, separaciones y desconfianzas, los representantes

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