El estreno del protocolo antiacoso del PSOE ha evidenciado vacíos de funcionamiento, silencios prolongados y una falta de acompañamiento que dejó en situación de vulnerabilidad a las dos primeras militantes que denunciaron acoso sexual dentro del partido. El caso de Paco Salazar —que ha abierto una profunda crisis interna y ha decepcionado incluso a sectores sanchistas— ha expuesto un mecanismo bien diseñado sobre el papel, pero incapaz de ofrecer una respuesta ágil, clara y efectiva a quienes recurrieron a él.
Un protocolo sólido… que no funcionó en la práctica
El PSOE aprobó en mayo un protocolo antiacoso detallado, garantista y con una estructura de actuación precisa:
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Recepción de la denuncia y acuse en siete días.
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Admisión para verificar que encaja en el marco del protocolo.
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Análisis de entrevistas y pruebas en un plazo máximo de tres meses.
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Resolución con medidas disciplinarias o traslado a Fiscalía.
El sistema, en apariencia robusto, pivotaba sobre un Órgano contra el Acoso , formado por especialistas independientes. En la práctica, sin embargo, su baja visibilidad , la falta de plazos para el primer contacto y la escasa coordinación interna generaron lagunas que afectaron directamente a las denunciantes.
Cinco meses de silencio: denuncias que desaparecieron del sistema
Las dos denuncias presentadas en junio quedaron semanas sin interlocución y sin guía. La plataforma interna del PSOE, CADE , oculta automáticamente los escritos a los 90 días por protección de datos, algo previsto técnicamente en el protocolo.
El problema:
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nadie avisó a las denunciantes ,
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sus denuncias desaparecieron de su vista ,
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no obtuvieron información sobre el estado del proceso ,
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y no hubo acompañamiento psicológico ni asesoramiento temprano .
La propia dirección socialista lo ha reconocido por escrito:
«La comunicación no estuvo a la altura» .
Autonomía que protege… pero a veces paraliza
El órgano encargado de investigar el acoso no puede recibir instrucciones de nadie en el partido. Esa independencia evita presiones políticas, pero también provocó que:
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las ejecutivas territoriales no pudieran ofrecer explicaciones ,
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las militantes pasaran meses sin saber si alguien analizaba su caso ,
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y el proceso careciera de un sistema de seguimiento emocional y técnico , pese a estar previsto en el protocolo.
El resultado fue un vacío prolongado que convirtió un mecanismo pensado para proteger en un procedimiento incomprensible para las víctimas.
Paralelismo con Torremolinos: mismas grietas, mismo patrón
Mientras estallaba el caso Salazar, el PSOE gestionaba otra denuncia en Torremolinos , también presentada en junio y también sin resolución meses después. La afectada terminó recurriendo a la Fiscalía ante la falta de avances.
La coincidencia de ambos casos revela un patrón común:
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Tiempos excesivos ,
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escasa comunicación ,
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ninguna sensación de avance ,
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ausencia de acompañamiento real .
El escándalo ha golpeado con fuerza a un PSOE inmerso en múltiples crisis. Sectores sanchistas admiten ya su decepción con Pedro Sánchez por permitir que se prolongara el silencio sobre Salazar y por no activar de inmediato los mecanismos previstos. Ese malestar alimenta voces que exigen responsabilidades a la ministra Ana Redondo y que incluso hablan de una revuelta contra la número dos del partido, María Jesús Montero .
Un sistema bien diseñado que falló donde más importaba
El análisis interno es claro:
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El protocolo funciona sobre el papel.
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La ejecución , no.
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Las denunciantes quedaron sin información, sin acompañamiento y sin certezas , justo lo que el sistema debía evitar.
El PSOE asegura que reforzará los mecanismos y revisará los plazos de actuación, la coordinación con territorios y el funcionamiento de CADE para evitar que vuelva a repetirse un vacío que dejó a las víctimas «vendidas» en su primer gran test.

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