Cuando uno accede al Monasterio de Veruela, ubicado a las faldas de un Moncayo en cuyas cimas resplandece hoy la nieve, un agradable paseo entre árboles conduce hasta la iglesia, sobria pero de proporciones catedralicias. Desde ahí es sencillo acceder al claustro en el que los monjes del que fue el primer monasterio cisterciense de Aragón paseaban y meditaban. Los capiteles que rematan las arcadas de este espacio están decorados con motivos vegetales y, entre ellos, hay uno que llama especialmente la atención: el que luce una planta de vid y sus uvas. Y es que en el siglo XII, cuando el monasterio se erigió, se inspiró en las plantas locales que crecían en la zona.
Eso sí, no era una uva cualquiera: se trataba de la Garnacha, autóctona de estas tierras y que los monjes cultivaron con mimo

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