El emperador ordenó a sus hombres que cada movimiento en palacio se vigilara. Temía un destino similar al de Julio César , asesinado por quienes debía haber tenido a su lado. Octavio Augusto interpretó aquella muerte como una lección irreversible y reorganizó su entorno para reducir cualquier riesgo. De esa obsesión por controlar hasta el último gesto surgió una estructura que protegía su cuerpo y también su poder. Las legiones seguían siendo su herramienta de guerra, pero la seguridad del trono dependía de un grupo reducido que actuaba dentro y fuera de Roma.

Los frumentarios pasaron de transportar trigo a mover secretos del Estado

La guardia pretoriana nació de esa decisión y funcionó como cinturón inmediato de protección. Sin embargo, el emperador precisaba algo más amplio que una muralla de lanzas. La red de informadores y delatore s que empezó a formarse a su sombra pronto superó las funciones militares. Cada rumor o gesto sospechoso se convertía en asunto de Estado. El sistema permitió anticipar conjuras y mantener a raya a senadores o generales que podían aspirar al poder. De aquel impulso por controlar surgió la necesidad de un servicio secreto permanente al servicio del Imperio.

Los frumentarios ocuparon pronto el centro de ese engranaje. Al principio transportaban trigo y vigilaban los suministros que alimentaban a las legiones. La logística los obligaba a recorrer provincias, conocer rutas y tratar con todo tipo de cargos locales. Ese acceso múltiple llamó la atención de los emperadores, que vieron en ellos una herramienta de vigilancia eficaz.

Epitafio de Lucius Valerius Reburrinus

Con el tiempo pasaron de transportar grano a transportar información . Para comienzos del siglo III formaban una red jerarquizada con cuartel en Roma y agentes dispersos por las provincias. Controlaban los movimientos de tropas, las decisiones de los gobernadores y las intrigas que podían alterar la estabilidad del Imperio.

Diocleciano heredó un sistema que se había vuelto peligroso para sus propios intereses. Los frumentarios, convertidos en jueces y verdugos de facto , acumulaban privilegios que alimentaban abusos. Su libertad para actuar los distanciaba del control imperial y sus prácticas de extorsión les granjearon un odio generalizado. El emperador decidió desmantelar aquel cuerpo para restablecer la autoridad sobre los mecanismos de vigilancia. Con esa medida desapareció la primera red organizada de espionaje estatal conocida.

Antes de su reconversión, la tarea de los frumentarios era puramente logística. El abastecimiento de trigo sostenía el avance de las legiones y su eficiencia dependía de la rapidez con que estos oficiales gestionaban rutas y acuerdos. Reunían datos sobre cosechas, almacenaban provisiones y garantizaban que cada destacamento dispusiera de alimentos en campaña. Esa función modesta les permitió ganarse la confianza de mandos que valoraban su fiabilidad. Precisamente esa proximidad con los centros de decisión facilitó su paso al espionaje político cuando el emperador requirió ojos en todo el territorio.

Tarraco se convirtió en un punto clave para seguir los movimientos del Imperio desde Occidente

Tarraco representó el laboratorio perfecto para esa política. Su puerto conectaba Hispania con Roma y servía como base de operaciones para vigilar el extremo occidental del Imperio. Allí se documenta la vida y muerte de Lucius Valerius Reburrinus , frumentario de la Legio VII Gemina Pia Felix.

El epitafio hallado en la ciudad indica que murió con 24 años durante el reinado de Septimio Severo y que se le consideró un “hijo fidelísimo”. Su posición muestra cómo estos agentes actuaban como enlace entre la administración imperial y los poderes locales . Se le atribuye la capacidad de investigar abusos, castigar deslealtades e intervenir en casos de corrupción o evasión fiscal. Su juventud y la presencia de un monumento funerario propio apuntan a que acumuló recursos y autoridad poco comunes en su rango.

Aquella prosperidad rápida pudo derivarse de la dureza con la que imponía la ley o de los sobornos que recibía de quienes pretendían evitarla. La desaparición del cuerpo bajo Diocleciano cerró un ciclo que había comenzado con el deseo de un emperador de proteger su vida y terminó con una maquinaria de control que asfixiaba a sus propios gobernantes .