El reloj del régimen del clan Asad se paró a las seis y 18 de la mañana del 8 diciembre de hace un año: el minuto final de una dictadura de cinco décadas que tardó sólo 11 días en detonar. Los rebeldes tomaron sin oposición una capital, Damasco, en la que los soldados del Ejército abandonaron sus armas y tanques, mientras Bashar huía de su país en un avión solitario con destino a Moscú.
Ahora, el instante mágico adorna camisetas y sudaderas de una nueva Siria que desea, más que nada, olvidar la opresión. No queda rastro de la efigie del dictador, antes omnipresente en los comercios de la ciudad. En su lugar, decenas de miles de banderas verdes, blancas y rojas inundan las calles. Los rebeldes de la Organización para la Liberación de Levante (HTS, según sus siglas en árabe), antes vinculad

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