Negarse a armar el árbol de Navidad o a participar de las fiestas no es necesariamente un signo de “odio a la Navidad”, sino muchas veces una reacción emocional comprensible ante un fin de año cargado de presiones.
Psicólogos citados explican que, para muchas personas, diciembre no se vive como un tiempo de descanso, sino como una suma de balances, compromisos y exigencias familiares que pueden resultar abrumadoras.
Según los especialistas, la sobrecarga emocional es una de las causas más frecuentes detrás de la decisión de no decorar la casa ni sumarse al clima festivo.
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