Las luces brillan, los villancicos suenan y las redes sociales se inundan de familias perfectas celebrando. Diciembre llega envuelto en un manto de aparente felicidad y armonía que, para millones de personas, se convierte en una carga emocional pesada.

Hablamos de la tristeza navideña, ese sentimiento de vacío, soledad o abandono que se agudiza precisamente en la época que exige la alegría a toda costa. La sociedad nos impone un mandato de felicidad casi tiránico durante la Navidad.

Se espera que estemos rodeados de seres queridos, que compartamos regalos y que sintamos una gratitud desbordante. Este ideal choca brutalmente con la realidad de quienes atraviesan duelos, pérdidas, dificultades económicas o, simplemente, padecen de soledad o enfermedades mentales.

Cuando la expectativa es

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