Cuando yo era un joven reportero para el departamento de deportes en el Boston Globe, sugerí una vez a uno de los editores que el periódico necesitaba escritores bilingües y biculturales como yo, especialmente si Boston y los Red Sox se encontrarían con más peloteros de Puerto Rico y la República Dominicana.

Nadie me hizo caso.

Era 1989 y ya sabía que esta ciudad, donde estudié y luego a la que regresé para vivir y establecer mi vida, invisibilizaba comunidades latinas.

Tenía 20 años y estaba a punto de entrar a mi último año en la universidad. Ya conocía los mejores lugares en la ciudad para jugar dominó o fútbol. Visitaba los barrios latinos y, aunque estaban cerca, se sentían muy lejos de lo que definía Boston.

La invisibilidad era obvia. Pero Boston no quería aceptarla. Yo quería q

See Full Page