Desde la curul que hoy ocupo, no dejo de preguntarme: ¿qué tan preparados estamos, como representantes populares, para entender y dialogar con una generación que ha crecido entre algoritmos, crisis ambientales y redes sociales que operan a la velocidad de un clic?

Me refiero, por supuesto, a la generación Z —integrada por personas nacidas entre finales de la década de 1990 y mediados de la del 2000—, frecuentemente etiquetada como apática, desconectada o indiferente ante la política.

Durante décadas hemos asociado la participación política con el voto, la militancia en partidos y la asistencia a marchas o mítines. Y sí, muchas y muchos jóvenes no están participando en esos espacios tradicionales, pero ello no equivale a desinterés. Basta con observar las redes sociales para ver cómo est

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