El avance de China en América Latina y el Caribe (ALC) ha sido vertiginoso. En apenas dos décadas, el gigante asiático ha pasado de tener una presencia económica marginal a convertirse en uno de los principales socios comerciales, fuentes de financiamiento e inversionistas de la región. Sin embargo, detrás del discurso de cooperación y desarrollo mutuo, se perfila un modelo de inserción internacional que profundiza los vínculos de subordinación, acentúa las asimetrías estructurales y amenaza con consolidar un nuevo ciclo de dependencia económica.

Lejos de promover una transformación productiva, el comercio entre ALC y China ha reforzado una división internacional del trabajo típicamente centro-periferia. Mientras los países latinoamericanos exportan productos primarios —soya, cobre

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