Hace exactamente un año desde que el doblemente prófugo de la Justicia, Carles Puigdemont , volvió a protagonizar un nuevo episodio de la vergüenza en el convulso escenario político al fugarse por segunda vez de España tras una visita -más que anunciada- a Barcelona después de siete años exiliado en Bruselas.

Una maniobra extremadamente calculada y premeditada , en un intento de medir sus fuerzas con el Estado español y, de paso, lanzar un claro desafío al Gobierno de Pedro Sánchez: la llave para la continuidad de la Legislatura está en Waterloo .

Ahora bien, más allá del simbolismo, aquel episodio fue también una forma de presión directa sobre Moncloa en un momento delicado , cuando la -aprobada por el Congreso de los Diputados- aún no se aplicaba de forma efectiva sobre l

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