El brillante estudiante de Bachillerato lo tiene claro. No duda un ápice. Se matriculará en Medicina porque quiere “forrarse”. Así, tal cual. Sin medias tintas. El joven antepone el pecunio a cualquier otra consideración que ennoblezca la profesión que ejercerá en el futuro. La sinceridad le honra y le pervierte. Malos tiempos para el ejercicio hipocrático cada vez más mercantilizado. Pobre ser humano doliente zarandeado por el insensible mercado. Carne al peso. Que pase el siguiente número. La bata blanca ensoberbecida cobrará ciento veinte euros por prescribir una pastilla amiga al término de una consulta de diez minutos con mayor o menor enjundia.

En todas partes cuecen habas. Nadie lo duda. Pero mísera sanidad privada que infla las perras. La fragilidad corpórea y las listas de espera

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