INo es costumbre humana mirar directamente al sol de la muerte. A la dama oscura que aparece cotidiana en sus múltiples máscaras. A la diosa que aguarda la caída del telón tras cual nos entregamos a su embrujo. No es costumbre humana acercarse a lo más humano más que cuando su sombra definitiva nos recuerda nuestra mortalidad. Tememos la muerte, pero al mismo tiempo, al ser lo más cercano, nos fascina. Podemos voltear nuestro rostro pero su presencia siempre rozará nuestra espalda, dejándonos amor estremecido.
Desde hace siglos llevamos como herencia un nudo en la garganta. Un hermoso nudo en la garganta: memorias del dolor a la muerte, del miedo a esa gran desconocida, de respeto a la gran maestra de la vida. Es cuando nos enfrentamos a su estampa o resplandor que cobramos -aunque sea po