A casi un año del gobierno de la primera presidenta de México, aún no podemos decir algo como en los países monárquicos: Muerto el rey, ¡Viva la reina!
Sigue vivo el rey, pero supuestamente oculto con parte de su familia en un “ranchito” que por nombre lleva una expresión muy mexicana y popular del lenguaje vulgar. No se ve a sus hijos, antes tan activos en la vida pública, quizá temerosos por algo que deben, sobre todo a un monstruo llamado Tío Sam encargado de hacer las aprehensiones donde el gobierno de México ha sido omiso, para decirlo suavemente.
Los mirreyes de hoy, connotados “cuatroteistas“, derrochan el dinero procedente del erario –nuestra hacienda– en los lugares más exclusivos de mundo, excepto los norteamericanos por sospechosas razones. ¡Vaya austeridad Republicana! Solo e