Hay rincones del mundo donde los sueños siguen siendo monitoreados, donde la libertad es temida y la disidencia criminalizada. México, cada vez más, se parece a ese reino imaginado por Kadaré.

En alguna región sombría de la ficción, Ismail Kadaré imaginó un imperio donde los sueños eran confiscados. En El palacio de los sueños, los ciudadanos no eran dueños ni siquiera de su inconsciente. Una burocracia orwelliana recolectaba, transcribía y clasificaba los sueños, con el fin de detectar cualquier atisbo de disidencia, cualquier deseo de libertad, cualquier imagen que pudiera poner en peligro al poder. Los sueños eran considerados una amenaza. Soñar diferente era un acto subversivo. Pensar, imaginar, desear, era conspirar.

En ese mundo no tan lejano del nuestro, los más perseguidos eran l

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