Crónica de un viaje a la última ‘frontera’ de Colombia.

El Llano siempre aparece con su aire de misticismos: es la tierra de la mamona, el joropo, de leyendas. Nombres que no tienen equivalente para los cachacos como morichal, cachicamo o alcaraván, inundan el repertorio, la jerga de los locales, la tradición oral.

En el Llano hay de todo: colonos bogotanos, de Boyacá, y criollos que todavía andan a pata limpia, con los pantalones arremangados y un cuchillo al cinto. Su sombrero es fino, costoso y de arte elaborado. Otros criollos, pero que viven del arroz o de los grandes hatos ganaderos andan a pata, pero se bajan de modernas camionetas de doble tracción.

Es la tierra donde literalmente se funde el cielo con el horizonte y los amaneceres y atardeceres ofrecen una acuarela interminable

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