Tres años después de aquel día negro, Carlos Alberto Holguín Peña guarda un silencio que duele más que las balas.

No porque no pueda hablar, sino porque su historia —marcada por la violencia, la negligencia y el olvido institucional— no encuentra quién la escuche en el idioma que necesita.

Con el paso del tiempo sus silencios son más largos, más densos, más hondos. Como si el dolor, ese sí, hubiera aprendido a hablar en su propio idioma.

Carlos no escuchó los disparos. No oyó los gritos ni la estampida. Es sordomudo. Estaba dentro de una sucursal de Little Caesars, en la avenida Ejército Nacional, cuando un grupo de criminales abrió fuego. Afuera, cuatro empleados de una radiodifusora fueron asesinados.

Adentro, Carlos apenas comprendió lo que pasaba cuando sintió que las balas le atra

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