Sábado 5 de octubre de 2002. Son cerca de las 11 de la mañana y un hombre con sombrero vaquero y varios periódicos bajo el brazo, deambula tranquilo a una calle del jardín principal de San Miguel de Allende , en Guanajuato.
La gente lo mira extrañada. Quien lo reconoce le lanza un tímido “¡hola Antonio!” y sigue su camino. Él responde con un “¡buenos días!” o levanta la mano en señal de saludo. No son los tiempos de teléfonos celulares con cámara. Quien posee uno es visto como millonario por su alto costo. Lo tradicional es el Nokia 3320 que tenía el juego de la viborita y nada más.
Así que en torno al tal Antonio que luce camisa clara de manga corta, vaqueros azules y botas negras, no hay gente que se arremoline. Y cuando está a punto de entrar a la casa que en ese momento renta, a