El río fluye y parecen resonar las palabras de Moliere, “el oro convierte en hermoso a lo feo”.
En Fairbanks, segunda ciudad más poblada de Alaska, 580 kilómetros al norte de Anchorage, hacía un día gris y, de pronto, reluce el sol, incluso pica como si no fuera el Ártico, mientras JR Krause pesca unas pepitas del metal precioso en modo recreacional.
“No me voy a hacer millonario”, responde desde el medio del cauce, donde tiene un par de cubos, una pala y una zaranda para cribar y separar el grano de la paja que se dice.
Cuenta que esta zona es libre, abierta a cualquiera. Saca tierra de los márgenes, residuos de la región minera próxima, y los examina. Exhibe un bote con pequeños trozos relucientes. “Pueden ser 100 dólares. Hay semanas que sacó dos o tres gramos, hasta 500 dólares”, ac