Ya lo dicen, que es mejor caer en gracia que ser gracioso. Y este es el caso de un Salvador Illa que ya ha completado un año como presidente, sin haber hecho nada especial, pero también sin haber incomodado especialmente a nadie. Un no generar grandes anticuerpos que, por pura incapacidad o por las circunstancias, no pudieron lucir a sus predecesores más inmediatos.

Y es que, por ahora, la gran suerte de Illa ha sido doble: los antecedentes y el entorno, un procés colapsado con la ayuda de errores propios del independentismo, junto con la acción de mecanismos y cloacas del Estado que son una apisonadora que aún acosa a parte de quienes más se implicaron en él. Así, en el aparente mar en calma de la política catalana actual, Illa da una celebrada imagen de institucionalidad que no es sol

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