En la noche silenciosa de normales murmullos cotidianos, se dejaba escuchar de repente un alarido de triste arrepentimiento. Y ese llanto desgarrado de bestia, mujer o espíritu recorría las márgenes del río Bravo. Las gentes de los ranchitos se representaban cualquier cosa, a cual más terrible, según la imaginación de esos pescadores, agricultores y contrabandistas.

Decían que era la lechuza que perdió a sus polluelos. Decían que era el ánima de una pobre ancianita que se había ahogado en el río y que lamentaba desde el más allá por haber abandonado a sus nietos huérfanos de madre en manos de un yerno golpeador.

Circulaban leyendas de toda clase, arraigadas algunas en la tradición de quinientos años de estos asentamientos, e inventadas otras de último momento. Y decían que nadie en el ba

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